Por José Cubillos
Una barca en el puerto me espera
No sé dónde me ha de llevar
No ando buscando grandeza
Solo esta tristeza deseo curar
Enrique Bunbury - El Extranjero
En las últimas dos semanas, además del tema de conversación que ha significado la segunda vuelta presidencial con un conservador prometedor del “cambio” como Rodolfo Hernández, y quizás derivado de ese giro, en los ratos libres, al compartir un almuerzo, un café, al conversar con amistades, compás o colegas, con conductores de taxi o de picap, hay una constante que ha fijado todas las charlas: un anhelo de buscar pronto otros horizontes para vivir.
Esta sed por emigrar —desde mi perspectiva particular— no ocurre solo con un grupo etario de población, abarca a jóvenes, mayores, estudiantes, trabajadores, profesionales, rebuscadores, desempleados, hombres y mujeres. El aire que nos recorre a quienes consideramos esa posibilidad viene marcado probablemente por el cansancio que implica vivir en un país casi estático, al cual cuando se le presenta una oportunidad de avanzar en mínimos fundamentales se enfrenta a una arremetida de los afines y acomodados en el statu quo.
La falta de oportunidades, el salir a un mercado laboral precario, el vivir del rebusque, el no saber cómo llegar a fin de mes, el vivir en un país donde los derechos son privilegios de unos pocos y donde es mejor no incomodar parecen ser los motivos que subyacen a estas decisiones consideradas en el corto, mediano y largo plazo. Nuestros padres y mayores hace unas décadas, movidos por el conflicto armado o la desigualdad económica, buscaron mejores oportunidades en el éxodo del campo a la ciudad. En nuestro caso, en generaciones más urbanas, parece ser que horizontes más prometedores están fuera de nuestras fronteras.
Traeré a esta columna tres conversaciones, sostenidas en las últimas semanas, para ejemplificar mejor esa búsqueda de otros horizontes. Por obvias razones omitiré los nombres de cada contertulio.
Cruzar fronteras

Primera conversación: Llego temprano a la oficina y al conversar con Doña Ana, de servicios generales, mientras compartimos un café, nos manifiesta que su hijo mayor, un muralista, espera irse a España a buscar trabajo y estudio. Ha intentado en tres ocasiones ingresar a la Universidad Nacional y a la Universidad Distrital, pero no ha obtenido por muy poco el puntaje mínimo requerido o se ha quedado en la prueba específica sin concluir el proceso de admisión.
—Él es muy pilo —dice doña Ana. Mis tres hijos son inteligentes, pero él desde pequeño tiene una chispa para pensar mucho. Le gusta defender los derechos, hace murales desde muy joven, yo lo acompañaba a pintar, y ahora quiere irse a España. Ya sacó el pasaporte. Yo lo animo, le digo que no se quede en el país por mí. Yo en el día menos pensado me voy de este mundo, pero él seguirá y tendrá que luchar por sí mismo para vivir mejor. Estoy buscando alguien que me ayude a recibirlo en España por lo menos mientras él consigue trabajo los primeros días.
Segunda conversación: Al día siguiente, Don Gerardo, conductor de Picap, por alguna razón me manifiesta que está muy difícil la situación para la gente que vive con un mínimo o del rebusque. Bogotá es una ciudad muy cara y ahora todo cuesta el doble o el triple de lo que costaba antes. Me dice durante un corto recorrido:
—José, usted sabe que un mínimo no alcanza. Tengo ganas de irme para México, para cruzar por el hueco. Es duro, eso me da miedo, pero aquí no se puede conseguir nada, le toca a uno rebuscarse la plata. Algunos lo hacemos con estas aplicaciones, pero eso es ilegal y toca trabajar casi a escondidas donde la policía no se dé cuenta. Ya empecé a ahorrar para irme a México.
Tercera conversación: Antes de iniciar una reunión y luego de un vistazo a los temas de conversación en Twitter, Francisco y Juliana me comentan que de llegar a la presidencia Hernández se van del país a estudiar y trabajar en Europa o Norteamérica. Juliana padeció el coronavirus en Inglaterra y hace unos meses regresó al país. Aquí terminó una especialización, pero no ha podido conseguir trabajo estable. Francisco, por su lado, está en búsqueda de iniciar una maestría que no quiere cursar en Colombia porque los costos son muy elevados.
—Si sube ese señor Hernández yo me voy —dice Francisco. Ya vivimos 4 años de Duque, este país no aguanta otro periodo más con un gobierno nefasto. Con el Estado de Conmoción que piensa declarar va a reprimir peor que Duque en las protestas del 2021.
—De ser necesario me largo del país a lavar platos en Canadá —Juliana le responde. Si Hernández es presidente nos va a ir mal a las mujeres, a las que trabajamos en consultorías con universidades, a quienes creemos en la investigación y la ciencia. Con el afán de reducir el estado hasta acabará las Universidades Públicas.
Estas son solo algunas de las conversaciones que he sostenido en estas semanas por casualidades de proyectos en los que ando y de la red de amistades construidas en los años. En paralelo a estas conversaciones, de forma remota o a través de redes sociales, converso con colegas y amigos que ya emprendieron la ruta. Algunos a ciudades como Ámsterdam, otros en Nebraska o en algún otro lugar del norte global a los que hay que ajustarse por las horas de diferencia para coincidir remotamente en un meet. No es fácil dejar su vida con sus contradicciones, sueños y esperanzas, dejar la familia, sus amistades, a las mascotas por otros horizontes. Pero cuando ven en retrospectiva lo que ofrece Colombia para sus ciudadanos se llenan de coraje por condiciones de vida mejores que han encontrado en sociedades más diversas y plurales. Aguardan retornar si el país cambia, siendo conscientes de lo difícil que será.
No son tiempos fáciles. Y aunque una luz de esperanza se vislumbra según los posibles resultados electorales de las próximas semanas, será incierto saber si en poco tiempo quien escribe estas letras (o quien las lee) estará tomando un vuelo con destino a otros lugares más utópicos, dignos y solidarios. Me gustaría guardar más el optimismo y sentir, como expresó García Márquez, que “todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de una utopía contraria, una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie no pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad. Donde las estirpes condenadas a 100 años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”.