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Por Karen Delgado

 

¿Qué pasaría si de repente un día te das cuenta que lo que más te asusta está frente a ti? ¿Cuál sería tu reacción?

   Al preguntar por el miedo quisiera que por un ligero momento pensaran en los suyos, ¿qué los paraliza?, ¿qué los hace sentirse amenazados? ¿En qué situaciones sienten que están en peligro? ¿A qué le tienen fobia? Esto con el fin de reflexionar acerca de cómo los miedos son naturales, que todos los tenemos, que son reales y que hemos experimentado esta sensación por lo menos una vez en la vida. Hacer este ejercicio de introspección nos permite comprenderlos; es un acto de humanidad con el prójimo y sin duda consigo mismo.

La vida está al otro lado del miedo

   El ejercicio anterior nos permite introducirnos en el tema central de este breve escrito. Inicialmente se puede establecer que el miedo tiene un origen evolutivo: hay una cara del miedo que nos ha permitido subsistir gracias a que funciona como un mecanismo que garantiza la supervivencia, pues nos alerta del peligro y nos da herramientas para poder generar una respuesta. Los impulsos de huida o ataque impiden que nuestro cuerpo se vea afectado, y en el más severo de los casos nos salvan de aquellos ataques dirigidos hacia nuestra propia vida. El cuerpo te permite identificar amenazas antes de que estas comprometan tu integridad. El miedo como rasgo evolutivo tiene una función protectora que evita poner nuestra vida en riesgo.

   La fisiología del miedo y su funcionamiento es realmente muy compleja de explicar. En breves palabras se puede decir que se requiere de un contexto en el que la sensación de peligro, pánico o vulnerabilidad estén presentes y desatadas a partir de una situación particular. Esto provoca una activación neuronal de respuesta. La información sensorial genera un estímulo a una parte de nuestro cerebro llamada tálamo para comenzar la estimulación de la amígdala y con ella la secreción de glutamato, una hormona que genera pequeños estados de hipertensión. De ahí la falta de aire y la sensación de mayores pálpitos del corazón durante episodios donde se siente miedo.

   Después de esto el hipotálamo, otra parte de nuestro cerebro, genera una respuesta de combate o huida, los niveles de adrenalina en sangre empiezan a incrementarse y nuestro hígado libera cantidades enormes de glucosa. El subidón de azúcar dará a nuestros músculos la energía suficiente para enfrentar la amenaza ya sea corriendo, ideando un plan silencioso para huir, gritando o luchando contra la amenaza. Las respuestas que ofrece nuestro cuerpo ante el miedo son tan variadas como efectivas para buscar una salida. Y mientras todo esto ocurre, el cortisol, una nueva hormona caracterizada por estar presente en los procesos que generan estrés, mantiene niveles de balance a este proceso que tiene múltiples descargas. Cuando se afirma el sentir miedo en carne propia no nos estamos refiriendo a algo figurativo sino literal.

   El miedo, como lo vimos anteriormente, no solo supone un gasto exorbitante de energía para su respuesta, sino también una exposición al desequilibrio de otros sistemas del cuerpo humano, por la prioridad que se le da a la reacción neurológica que se necesita para responder a una situación de miedo. Pero ¿qué pasa cuando el miedo se convierte en una constante, donde ya no es ocasional la sensación, sino que estamos familiarizados con la misma y, aún peor, cuando hemos interiorizado la sensación y se ha convertido en parte de nuestro día a día? Un campesino del Urabá o del Caguán que ha vivido la violencia en su propia carne podría evidenciar este relato con mayor crudeza.

   Hace un tiempo que he pensado, a propósito de este tiempo electoral, a qué le teme la gente y cómo el miedo supone ser de los instrumentos de dominación más poderosos. Los discursos que se sustentan sobre el miedo de la gente han legitimado los gobiernos más deplorables de América Latina. El miedo es un común denominador de nuestras sociedades. Puede ser una de las sensaciones diarias más comunes por la que todos pasamos, particularmente en Colombia. Infundir miedo en otros ha sido una de las estrategias históricas de los que conforman la institucionalidad y el status quo.

   El miedo como experiencia suele estimular nuestra capacidad de prevención y memoria, de la que al parecer muchos carecen en este tiempo de elecciones, pues nos permite identificar situaciones que ya hemos vivido o que están remotamente relacionadas y nos generaron un estímulo negativo. El enfrentamiento coyuntural que hoy por hoy vive la población colombiana es determinante para los siguientes años de gobierno. Los discursos que difunden miedo siguen presentes y aún son un estímulo importante para ejercer el voto o descartar candidaturas.

   Sin duda el miedo puede ser visto desde sus múltiples facetas y puede moldear nuestro actuar y por tanto a nosotros mismos. Es por esto que deben existir herramientas para combatirlo, transformarlo y superarlo. Basta con mirar en el tiempo el efecto del miedo en nuestra propia construcción, cómo nos ha afectado, para así empezar de una vez por todas a vivir, no a sobrevivir. La valentía debe ser una mezcla entre la tenencia de carácter para ponerse al frente de las eventualidades y una forma asertiva de sortear los riesgos. Detengámonos a pensar qué hay después del miedo ¿Es acaso la paz, el amor, la vida? Puede que sí.

9 de junio de 2022

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