Por Fulano De Tal
Hay una práctica ganadera muy conocida que se usa para la identificación del ganado, las reses, los rebaños: el marcaje con hierro al rojo vivo sobre la piel. Aunque hoy no es una técnica muy concurrida porque no hay tanto pastoreo de corral cerca a nuestros ojos como antaño, sí es posible ver el uso de esa técnica — empleada a una escala desproporcionadamente mayor debido al cambio de la cultura ganadera por la industria ganadera—, por ejemplo, cuando, al ir por alguna de las vías principales de conexión de Bogotá con los municipios de la sabana, como la calle 13, nos topamos con un camión de estacas repleto de reses que son transportadas al matadero. Ahí van: apiñadas y marcadas.
Marcas de ganado
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Siguiendo la sugerencia de cierto antropólogo cuando dijo que era muy común que esas técnicas usadas por los seres humanos en los animales (en especial las empleadas para la domesticación) fuesen aplicadas entre los mismos seres humanos, me detuve por unos momentos de ciertos días a tratar de reconocerlas. Para mi sorpresa, no tuve que esperar mucho ni hacer gran esfuerzo. Todo lo contrario: aparecieron tan naturalmente que me horrorizaron —¡ay, ignorancia, divina comodidad! Devuélveme a tu suave regazo—. Ahora, para alivianar mi estremecimiento, compartiré con usted, querido lector o querida lectora, algunas, tan solo algunas de las cosas que encontré.
Primero: vi un escenario como de reinado, instalado en medio de un espacio público. De inmediato me fijé en que era parte de un evento de la alcaldía de turno. Luego, unos niños y niñas (¡¿niños y niñas?!) desfilando con unos atuendos espantosos y en todos sus componentes: pantalones y camisas, pantalonetas y camisetas, sacos y chaquetas. Pero detallé una cosa: el desfile no era un homenaje a esos niños y niñas (hubiese sido el colmo que una exposición así fuera un homenaje o cualquier cosa parecida), porque el elemento común no era ni siquiera sus ropas, era cierto distintivo en ellas. En efecto, el desfile fue hecho para la promoción de una marca. ¿Qué tipo de marca? El logo del proyecto de gobierno de esa administración. Se hizo cual desfile de rebaño en fila, a través de un canal, para preparar su marcaje. Sí, se hizo con niños y niñas. Sí, se hizo con la aquiescencia de los presentes. Al parecer no basta con marcar toda estructura hecha, ni con poblar el paisaje de pancartas y pendones. No. Hace falta marcar también los cuerpos; convertir a cada persona que camine en una publicidad ambulante. ¿Cómo hacerlo? De la manera más gentil: regalando cosas —en este caso, uniformes—.
Segundo: deslizo la pantalla de mi celular en una especie de zapping de aplicaciones y al terminar el impulso de mi dedo se detiene en un carrusel de imágenes (¡ojalá no se hubiera detenido!): era otra entrega de “regalos”. Ahora los “beneficiados” (¡ay!) eran unos abuelos y abuelas. Otra marca puesta al son de música, pan con chocolate y abrazos para la foto. Por supuesto, el señor del lugar se pone a sí mismo temporalmente la marca para que sea esta más asequible de ser recibida por un público renuente a las insignias. Su distintivo, por encima de los lacayos, es no llevar ninguna.
En una finca ganadera, además de marcar los rebaños, hay que dividirlos: se lo hace por edad o raza, por ejemplo. Hoy pasa al cotidiano: se aleja a los niños de los abuelos, esa relación cultural tan enriquecedora en todos los pueblos (tanto que Nietzsche dejaría escrito: uno no es hijo de sus padres, sino de sus abuelos). Tanto se los ha alejado que, bajo la luz enceguecedora de un evento, ominosamente se crea el “día de encuentro entre adultos mayores y jóvenes”. La finca se divide en corrales y se marcan según lo que se quiera producir en cada cual.
Tercero: más fotos. En unas, de manera voluntaria y con agrado, unos jóvenes representantes y líderes llevaban saquitos institucionales que los marcaban como representantes y líderes (claro: son y tienen que ser ganado de otro establo, de uno que queda más arriba, como debe ser, con su propia marca reconocible). Esta entre las tres me parece la más terrible. ¿El cambio y la transformación siendo marcado por voluntad para promocionar el corral y ampliarlo? ¡No, no puede ser! Son mis ojos y mis oídos los que me habrán engañado. Sí, eso tuvo que haber sido…
Estos son solo tres puntos de análisis superficial. Son más comunes de lo que he podido señalar aquí. La mayoría de estas marcas no se llevan ni siquiera en nuestros cuerpos. Mucho peor: se llevan en nuestras mentes marcándonos las maneras de pensar (o quitando esa capacidad), las maneras de comportarnos, la “legítima segmentación social”, el corral en el que debemos acomodarnos. Logos de instituciones en nuestro tapabocas y su institucionalidad en nosotros. Se evidencia hasta a la hora de preguntarle a alguien “¿quién es usted?”. Responden: “yo soy del partido tal…”, “soy del colectivo tal…”, “soy de la organización tal…”, “soy de la universidad tal…”, “soy de la iglesia tal…”, “soy de la administración tal…”.
Un último punto a tomar en consideración: jurídicamente la marca de ganado se ponía para diferenciar el animus revertendi (el animal domesticado que tiene la costumbre de volver a su dueño) del ferae naturae (el animal no domesticado que no es propiedad de nadie).
06 de marzo del 2022
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