Por Jose A. Cubillos E.
Es conocido que los estragos provocados por las crisis de los confinamientos y la llegada de la pandemia han agudizado problemáticas tan complejas como el hambre en la población. La pérdida de empleos, el aumento de la informalidad, el incremento en el costo de vida, la crisis de los insumos agrícolas y de los contenedores en el comercio global son tan solo algunos factores que se entrecruzan en la realidad nacional. Desde el 2021 se han difundido informes de la Asociación del Banco de Alimentos de Colombia, la Andi e incluso la misma FAO con los que se alerta la inseguridad alimentaria que padece Colombia y la escasez de alimentos que se puede presentar durante el 2022.
Probablemente los ejemplos más directos en la escasez de alimentos y su inminente incremento en el valor de adquisición actualmente se evidencian en productos tan comunes en la dieta de los hogares como la papa, el plátano, la cebolla, la yuca, las carnes de res, pollo, cerdo y huevo. En el caso de productos como la papa y el plátano, debido a sus costos de producción, un porcentaje importante de sus productores está pasando a otras actividades agropecuarias —como la ganadería, por ejemplo—, y aunque los reportes más optimistas auguran una disminución de los precios por el ingreso de cosechas en el inicio del segundo semestre del 2022, hay una realidad que el campo colombiano y cada territorio debe atender más temprano que tarde: su auto-abastecimiento con productos cultivables en u propio entorno.
Por un universo rural distinto
Apuntes sobre el desincentivo del trabajo en el campo
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El desincentivo que se ha provocado en el país al trabajo agrícola por la falta de políticas robustas en la redistribución de la tierra, en materia de seguridad y soberanía alimentaria, tecnificación del campo y seguridad social para el campesinado, además de tener un efecto directo en la vida campesina, ha causado que actividades económicas distintas a la producción de alimentos se arraiguen en zonas de potencial agrícola invaluable: es el caso de la Sabana de Bogotá, donde el basto desarrollo de los cultivos de flores reemplazó la producción de alimentos y ahora las bodegas se implantan donde antes se cultivaba.
Hoy son pocos los territorios autosuficientes en materia de alimentos, son pocos los territorios que cultivan y abastecen su propia población. Por la configuración territorial, la distribución de los mercados y la zonificación productiva en materia regional son pocos los territorios con soberanía alimentaria. Empezar a atender este aspecto no será una tarea de corto plazo, afrontarla implica valorar los suelos productivos, no extender la urbanización descontrolada, priorizar reformas rurales, dignificar la vida del campesinado, tecnificar el campo, invertir en vías terciarias, establecer líneas de comercio justo y la promoción de cooperativas campesinas. Incluso invertir en investigación, ciencia y tecnología para que la dependencia a agroquímicos requeridos en los grandes cultivos pueda ser producidos por compañías nacionales.
Los anteriores son objetivos ambiciosos y requieren de la acción de actores de gobierno en distintas escalas. Si las administraciones municipales comprendieran el valor del campo y de la promoción de circuitos cortos en la producción de alimentos, fácilmente establecerían, por poner un ejemplo, que los restaurantes de colegios públicos se abastecieran principalmente de productos cultivados en su mismo entorno. Si administraciones departamentales entendieran el valor de la vida campesina emprenderían no solo inversiones en placas huella, también inversiones en materia de educación, conectividad y tecnificación del campo. Si un Gobierno Nacional dimensionara la deuda histórica con el campesinado no dudarían en actuar eficazmente con la necesaria reforma rural que demanda el país.
Conociendo las consecuencias históricas de las lógicas de gobierno que se han arraigado en las instituciones no sorprende hoy que el resultado luego de una crisis sea la escasez, y no sorprende que Colombia desaproveche su potencial productivo para ser despensa agroalimentaria para si misma y el mundo como se ha enfatizado desde el 2010 por la FAO y la Expo 2015 Milán «Alimentar el planeta, energía para la vida».
01 de marzo del 2022
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