La banalidad del bien
- Harold S.
- 9 oct
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 10 oct
El plan de paz en Gaza va… fracasando. El plan de paz, que es un decreto de Trump, nació muerto, como muerto estaba desde su gestación. La mayoría de países que, simuladamente, apoyaban la conformación de un Estado palestino, salieron con loas a respaldar el decreto de Trump diciendo que era una salida suficiente a la guerra —le vuelven a decir guerra hoy a lo que ayer llamaban obligados, entre los dientes, genocidio. Para eso no han tardado. Pero lo que han tardado dos años —y setenta años— en reconocer es que la tal paz de papel, hoy condensada en el decreto de Trump, es inservible, y lo es por el hecho, digamos pequeñito, de que la única paz que va a aceptar Israel es la que vendrá con el silencio después de haber acabado con todo el pueblo palestino.

Imagen: Netanyahu y Trump en la Casa Blanca. Tomada de: https://cnnespanol.cnn.com/2025/09/28/mundo/reservas-netanyahu-plan-trump-gaza-trax
O sea, cuando ya no exista nadie con quien hacer la paz. Así que la paz de papel de Trump, que exige a los palestinos que no corran para esquivar las bombas que diariamente lanza Israel, y a Hamás a dejarlo todo (a los rehenes y a las armas) y someterse, sin garantías políticas ni de sobrevivencia (véase cómo atacó Israel el edificio donde estaba el grupo negociador en Qatar, sin que pasara nada), le permite a Israel hacer lo que viene haciendo pero con las garantías de que no haya oposición alguna. Matar de maneras imaginativas, como bien sabe hacerlo, porque nunca accederá al cese al fuego —lo hicieron en marzo de este año pero simuladamente, en el papel, donde cabe todo, para matar, por variar, agudizando la hambruna en Gaza. Y mucho menos al retiro de tropas, que están instaladas en Gaza y Cisjordania hace décadas. Y quién le dice que no a Israel.
Decirle sí al plan de Trump es decirle sí a Israel: sí, puedes; sí, hazlo. Solo un mínimo de capacidad de decencia puede decirle que no, pero la decencia, aunque mínima, está, como siempre, entre los débiles, no entre los fuertes.
Y entre los gobiernos no hay débiles. O más bien, a los gobiernos poco les importan los débiles: miren la flotilla. ¿Qué hicieron los gobiernos cuando sus connacionales fueron secuestrados en aguas internacionales y enviados a prisiones israelíes, donde los humillaron? Nada más que un tímido apoyo consular. Los dejaron a la deriva. ¿Qué sí hicieron? Simular apoyo, que es casi peor que no enviarlo para nada. Italia, España y Turquía retiraron el apoyo marítimo que le habían dado a las embarcaciones solo para aplacar las protestas en sus países. Simularon un camino de esperanza para luego quitarlo por completo y dejar a sus ciudadanos a merced de sus verdugos. Porque es lo que hacen los gobiernos: simular. Es decir, ser cómplices cuando no determinadores.
El Gobierno, qué Gobierno, el Estado de Israel, con la mayoría de su población apoyando el genocidio que comete, ha sembrado, con una disciplina extraordinaria durante décadas, vientos de rencor en el corazón del pueblo palestino y árabe. Todo el mundo ha visto claramente, a través del horror, el objetivo de Israel. Todo el mundo, hasta quienes miraban con incredulidad de lo que era capaz a causa del genocidio que sufrieron los judíos hace menos de cien años, pero que ahora saben distinguir ese horror que sufrieron los judíos en Europa de los objetivos del sionismo, que son el puro exterminio. A los únicos a los que no les queda claro es a los estúpidos, o sea, a los que decididamente se tapan los ojos y le dan la espalda al horror. Y contra la estupidez nada se puede hacer.
Cuando se enteraron de que ocurría, nadie podía creer que los nazis exterminaron en masa a millones de personas, entre esas a seis millones de judíos. Era inconcebible un asesinato industrial en masa de esas magnitudes. Para esos tiempos, hace ochenta años, los gobiernos aliados de los nazis fueron dos: la Italia fascista de Mussolini y el Japón imperial. Así conformaron las potencias del Eje en la segunda guerra mundial. Sin embargo, los nazis nunca tuvieron tantos cómplices en su exterminio como hoy los tienen los sionistas.
Israel ha decidido sembrar vientos de rencor. No puede esperar cosechar otra cosa que tempestades.





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