Por Harold S.
Soy sincero y reconozco que el título es un “bait” que usé para atraer clicks sobre esta columna. En realidad no versa sobre Petro ni sobre Gaitán, como puede creerse por la imagen que la ilustra en redes. Los tomo como excusa, eso sí, para hablar de algo que es fundamental en el quehacer político aunque cada vez se hunda en un destrucción casi irrefrenable: el discurso, los discursos.
Antes de eso, no puedo dejar de anotar un hecho que es interesante y del que me entero cuando termino de escribir esta columna: que María Valencia Gaitán, nieta de ese histórico líder liberal, fue nombrada por Petro como nueva directora del Centro Nacional de Memoria Histórica. Y esto es importante porque la memoria aquí en Colombia —para todas las comunidades, como en cualquier parte del mundo— es un ámbito de disputa, una arena de batalla en la que se sitúan los discursos o los procesos comunicativos que pretenden serlo. Pero de eso hablaremos en otra ocasión.
Revivió Gaitán
![11. A color van a sentir más cerca ese pasado.png](https://static.wixstatic.com/media/9ed314_a444c06200a44b67a06633417c8d75db~mv2.png/v1/crop/x_0,y_0,w_590,h_447/fill/w_636,h_482,al_c,lg_1,q_85,enc_avif,quality_auto/11_%20A%20color%20van%20a%20sentir%20m%C3%A1s%20cerca%20ese%20pasado.png)
Ahora sí: que valga la pena traer a colación el discurso de Petro ante la ONU no para analizarlo, porque ya bastante han hablado sobre eso, sino para resaltar algo que me parece aún más relevante aunque duró poco: que se hablara de la importancia de los discursos en eso que torpemente llamamos política. Sin embargo, no estoy de acuerdo con que a Petro se lo compare con Gaitán en ese ámbito (quizá hay un consenso en que él es el orador de Colombia por excelencia), y mucho menos con Demóstenes y Cicerón, como por ahí vi que lo hicieron personas ilustradas (prometo hablar de ellos dos en otros textos y situarlos en el ámbito de sus contextos: el griego y el romano). Petro, en medio de un escenario de enmudecimiento colectivo que es lo que es este país, es un actor destacado, un buen orador a su manera, pero sin llegarle a los talones a esos otros grandes personajes que vivieron, literalmente, de las grandes palabras y en las grandes palabras.
![VQ6V4DJ6W5E75DEUI6TQ7FVFOE.jpg](https://static.wixstatic.com/media/9ed314_7435649555ab4aceab122104d216dcd9~mv2.jpg/v1/fill/w_696,h_392,al_c,q_80,usm_0.66_1.00_0.01,enc_avif,quality_auto/VQ6V4DJ6W5E75DEUI6TQ7FVFOE.jpg)
Que los discursos eran el sustrato de lo propiamente político ya lo sabían los griegos. Que de hecho, dos mil quinientos años después, no seamos capaces de decir mejores discursos que los pronunciados por los grandes animales políticos de antaño bastaría para llenarnos la cara de rubor en un reconocimiento de la incapacidad en la que vivimos y en la que sustentan los regímenes de gobierno en los que estamos (so)metidos.
¿Qué es el discurso?, ¿Cómo distinguir al discurso de otro tipo de procesos del habla? «Dis-cursus es, originalmente, la acción de correr aquí y allá, son idas y venidas, “andanzas”, “intrigas”», dijo Roland Barthes. El discurso es una actividad constante. El discurso no cesa de ser. Y no cesa de ser porque es la expresión del "quién" de un ser humano, y tiene sentido sólo en la medida en que se dice, se revela ante otros seres humanos. El discurso se nutre de un doble sentido: del expresado por su autor y del recibido y dado por sus oyentes. El discurso no cesa de ser porque “corre de aquí para allá” en la mente y las entrañas de quien lo dice, durante toda su vida, y también “corre de aquí para allá” en las mentes y las entrañas de quienes lo oyen. El discurso, si es discurso, excita las palabras desde todos los frentes. Paralelo al torrente del discurso corren las flechas de Apolo, el dios que no dice sino que significa; atravesando al torrente del discurso se ilumina el entramado de los significados creando arcoíris. El discurso, si es discurso, tiene un inicio, pero nunca termina. Jamás dejan de destellar las palabras de un discurso revelando cosas.
La mayoría —por no decir la totalidad— de los procesos comunicativos que hoy oímos (poniendo el énfasis en el ámbito de gobierno-administración) carecen de las cualidades del discurso. Los niveles catastróficos de esa pérdida aún no han sido lo suficientemente señalados. Es la degradación y pérdida de la condición humana a lo que estamos asistiendo…
Ahora, ¿por qué esos procesos comunicativos no son discursos? Está bien indicar que en el ámbito del lenguaje existen distintas relaciones: no sólo hay un emisor-activo y un receptor-pasivo en la relación comunicativa. No solo se emplea la capacidad de habla para comunicar. También se puede persuadir (que es donde se inscribe primordialmente el discurso, y recordemos que persuadir tiene que ver con el deseo, con la no-finalidad…), conversar, charlar, dialogar, debatir… Y cada una de esas palabras con las que designamos distintas formas y finalidades de emplear el habla tiene su propio ámbito, sus propios rituales tácitos. Así, lo que queda es preguntarnos en qué tipo de sociedad estamos, cuáles son las orientaciones primordiales de su experiencia, qué tipo de espacios constituye, cómo los llena. Mi respuesta tentativa es la siguiente: estamos en una sociedad de idiotas (con esto no me refiero a un insulto sino a la declaración de un síntoma. To idión/ ta idiotés en griego: lo privado, aquél que está privado, sin la capacidad de... hablar libremente y hacerse cargo de sí mismo. Quizá hace falta decir que es una condición en la que todos, para mal, estamos (so)metidos. La tarea entonces es alcanzar madurez política y salir de ahí... junto con los demás).
El basamento político de este tipo de sociedad es el enmudecimiento que se evidencia en la incapacidad del discurso, es decir, no tiene un basamento político sino mecanismos de dominación. Que lo propio de la sociedad de idiotas sea el enmudecimiento no se traduce en que no haya procesos comunicativos. Al contrario, el tipo específico de enmudecimiento, de “privación” de nuestras sociedades despliega sus mecanismos en el proceso comunicativo de mando-obediencia, y en eso se sostienen nuestras formas de gobierno. No hay palabra libre, salvo algunos casos muy específicos que se ejemplifican en la lucha del mosquito contra el elefante.
Por supuesto, la comunicación mandar-obedecer hoy está plagada de performatividad, que es el instrumento preciado de los tiranos que tratan de disimular, sin suerte, no serlo. Esconden los mandatos en preguntas, en inclusión: “¿por qué no hemos terminado el trabajo?” —le dice a sus trabajadores en la empresa, donde claramente él, como dueño, no emplea su fuerza de trabajo. “¡Tu opinión es importante para nosotros! ¡Queremos escucharte!” —dicen desde la instancia administrativa en la que quieren cumplir la parte obligatoria del proceso de legitimación de las decisiones privadas, es decir, se escucha una vez para tomar anotaciones y posteriormente ignorar o, en el común de los casos, para no volver a escuchar, para no tener que volver a escuchar. “¡Esta asamblea es la auténtica expresión de la juventud!” —dicen los jovencitos líderes que, desconociendo conscientemente lo que es un proceso asambleario, tratan de llenar su falta de legitimidad con convocatorias masivas en las que las consignaciones de opiniones son “insumos” para que puedan seguir el paso a paso de un proceso aparentemente decisorio que no se da en la asamblea (si en una asamblea no se discute, no se delibera y no se decide dentro de sí misma —las tres cosas al mismo tiempo— eso no es una asamblea, es un circo en el que se citan espectadores para que griten y se emocionen y obedezcan las instrucciones) porque claramente la asamblea “no fue la elegida” para hacer ese proceso, es “elegida y convocada” por ellos para validar sus decisiones privadas (se escudarán en "lo que dice la ley", cuando la ley se aprende para saber defenderse de ella). ¿Tener que soportar la ignorancia atrevida y tiránica en la que nos quieren sí o sí meter, todo porque ni siquiera son capaces de leer sobre las experiencias políticas en las que surgieron las asambleas y se les dotaron de sentido, siendo éste el ámbito propio de los discursos? Así podría seguir largamente con desglosamientos de ese tipo de espacios tiránicos que parecen no serlo.
La invitación es la siguiente: a no confundir, a ser capaces de distinguir. La puesta en práctica del pensamiento político tiene que ver con distinguir: una cosa son los discursos y otra cosa son los mandatos performáticos; una cosa es una asamblea y otra cosa es un circo —circenses romano—; una cosa es el ejercicio de la palabra libre entre iguales y otra hablarle al amo para que escuche las peticiones del súbdito, o hablarle al súbdito para que obedezca y lleve a cabo las órdenes del amo. En todo esto hay diferencias. Y el mejor antídoto para la ignorancia tiránica que nos enclava a una sociedad de idiotas es la distinción, porque “conocer es distinguir”, así como lo hacen nuestras abuelas que en un jardín bien poblado distinguen las 20 o 30 especies de plantas y flores que hay en él y sus usos, y nosotros por ignorancia solo vemos uniformidad, “un jardín con plantas bonitas”.
5 de octubre de 2022