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Por Karen Delgado

 

La frecuencia con la que tomamos el transporte público es sin duda abismal. Lo más impactante del asunto es cómo perdemos la suma de nuestros días en los trancones y por las distancias que no solventa la movilidad en la ciudad. Basta con pensarlo de una forma numérica para reconocer el valor del tiempo perdido. Pongo por ejemplo el caso de una persona que se movilice cinco días a la semana y que le pueda tomar como mínimo una hora de desplazamiento para ida y otra para vuelta: a la semana son diez horas; al mes son cuarenta horas y al año son 480. Esto para los “suertudos” que gastan el menor tiempo de su vida en el transporte.

    Son tiempos considerables si se piensan a gran escala. Desde que soy consciente de esta cifra he aprovechado el transporte público para realizar otra cosa que no sea esperar. Muchos de los que utilizan medios de transporte público se dedican a escuchar música, a revisar qué hay de nuevo en sus celulares, dormir, comer, leer, entre otras actividades, en lo que se acortan las distancias para llegar a su destino. Lo que para muchos representa transporte para otros es trabajo. Día tras día se suben personas a vender alimentos, ofreciendo productos, mostrando alguna habilidad instrumental. Resulta interesante el escenario que proporciona el transporte público para este tipo de iniciativas. Todos podemos estar familiarizados o haber visto algo igual o parecido.

El transporte público como encuentro de realidades diversas

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    Nadie repensaría el transporte público como epicentro de un encuentro de realidades diversas y como un ejemplo simple de un mundo de competencia desigual. Existe una cara de necesidad permanente que socialmente preferimos ignorar porque resulta más fácil cuestionar la veracidad del relato de un desconocido que pensar qué sucede si esa persona realmente se encuentra al frente de una situación de necesidad. Ocultar la xenofobia, el clasismo, el racismo y la aporofobia es mucho más simple en estos términos.

    En un país con una pobreza monetaria de 6,8 puntos porcentuales, con la tasa de desempleo en 13,7%, con índices de pobreza ubicados en los 21 millones de personas que sobreviven con ingresos de $331,688 pesos al mes y otros 7.5 millones con $145,004 pesos al mes y aproximadamente unos 3,35 millones de desempleados, valdría la pena cuestionar sí el problema radica en las personas o en todo un sistema pensado sobre la base de la precarización laboral, la falta de garantías para el mínimo vital y en un Estado que no puede regular las contradicciones del mundo capitalista.

    Dentro del transporte podemos encontrar todos los espectros que componen la sociedad colombiana promedio. Dentro de los que más he podido observar durante mis recorridos han sido: vendedores, trabajadores, oficinistas, personas de la tercera edad, estudiantes, entre otros. Pero, así mismo, cabe recordar que existen casos de acosadores, violadores y delincuentes dentro del transporte. Como una breve idea quisiera decir que para sorpresa de nadie el transporte público sigue siendo de los lugares de mayor riesgo y exposición para las mujeres. El espectro de una clase media-baja se consolida en un mismo sitio y da lugar a la interpretación de fenómenos como la informalidad, el crimen, las brechas de género, la cultura ciudadana, la competencia y la precarización de la vida.

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    Sin duda puedo decir que las ciudades son hostiles. Lo anterior me conduce a contrastar cómo en un mismo espacio se desarrolla la realidad de manera tan diversa y son esas dinámicas de relacionamiento con los otros lo que me llevó a pensar en este tema y a tener algo que decir al respecto. Esto no es polémica moralista de hacer siempre “lo correcto”, a tener complejo de salvadores para pretender solucionar los problemas de toda una clase social. Es un llamado a observar esta realidad silenciada, a reconocer cómo nos afecta, a dar visibilidad a una lucha por la supervivencia. Es un llamado a la empatía para que así alguien pueda contestar ¿A dónde se habrá ido la conciencia?

    La indiferencia nos ha lacerado. Por eso creo en la importancia de empezar a visibilizar problemas estructurales desde la cotidianidad. La humanidad no puede ser atribuida solo a algunos mientras que a otro los tratamos como a bestias donde llegamos a desnaturalizar hasta el punto de un no retorno, es decir, cuando ya nos sentimos ajenos y superiores a los otros. El enfoque de hacia quién dirigimos nuestras miradas de molestia tiene que cambiar. Hay que visibilizarnos desde la otredad mas no desde los opuestos y la polarización para lograr fines comunes, pues todos deseamos una vida con estabilidad y que podamos suplir nuestras necesidades. Entonces, ¿por qué no trabajar en conjunto por ello? Siempre debemos recordar que también somos en función de otros y que esto es lo que realmente nos permitirá construir tejidos sociales con dignidad.

14 de marzo de 2022

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