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Por Sebastián Fonseca Trujillo

 

La historia de los bienes comunes es la historia de su negación, daño y deterioro, pero también su reivindicación, conservación y protección. La riqueza que la diversidad ambiental, así como las múltiples maneras como se expresa su acceso, uso y formas de propiedad a lo largo de la historia, puede servir para superar la crisis ambiental y civilizatoria

La apropiación de los bienes comunes

Gregorio Mesa Cuadros

 

Las verdades incomodan porque son complejas, porque no aceptan la unicausalidad y porque resulta más fácil quedarse con la explicación ya conocida. Es más fácil decir que los humanos son un “virus” que en cuanto deje de existir permitiría un idílico resurgir de la vida en el planeta que cuestionar los puntos históricos que han derivado en la crisis ambiental. Morir es más sencillo que vivir, no ser que ser. En la actualidad, movimientos con pretensiones ambientalistas, buscan argumentar la necesidad de que se elimine el homo sapiens del mundo, so pretexto de que estamos acabando con la Tierra, a partir de una falsa cadena de causalidad en que la mera existencia del ser humano es condición suficiente para que continúe con la degradación del globo. Como se sostendrá acá, más que borrar al ser humano de la existencia es menester matar a Taylor y a Stajanov, a Keynes y a Lenin, a las formas modernas de producción más que a la reproducción de uno de los modos del ser: nosotros. 

     La argumentación a favor de la preservación de las distintas formas de vida, incluyendo la humana, se sustenta en la siguiente idea: la pérdida de un modo del ser singular en el conjunto de la existencia es una pérdida para la totalidad dado que implica la desaparición de su potencia y, por ende, de las relaciones y afectaciones que podría generar en otros modos del ser. Por ello es problemático ontológicamente, no por ética o teleología, que desaparezca cualquier especie. Si bien el cambio de la totalidad, y por tanto, la desaparición de algunos modos ocurrirá, esto no puede ser derivado de un acto deliberado de exterminio, por el contrario, la volición debe procurar que se mantengan los modos con sus características únicas ¿No hay suficiente complejidad en que un simio parado en una piedra sea capaz de cuestionarse por su lugar, por su complejidad y por su existencia? Nietzsche se equivocaba en La verdad y la mentira en el sentido extramoral. ¿No son igual de complejos los tardígrados y demás extremófilos? ¿No ocurre lo mismo con la capacidad de las células fotosensibles de las sepias? Así como es un error, heredado de los residuos judeocristianos y sus supuestos sobre la superioridad humana en la “creación”, partir de perspectivas antropocéntricas para justificar la importancia de la vida humana, lo es también negarla dado que el argumento ontológico se aplica a cada modo del ser; atacar el ego de la modernidad es importante, aunque de allí no se derive la necesidad de acabarnos, pues, a pesar de que no somos el centro de la existencia, eso no nos quita la magia de ser tan complejos, únicos y existentes.

     Producto de lo anteriormente enunciado, resulta claro que los modos de la existencia se justifican a sí mismos por el devenir en que se crearon al entrar en contacto con los otros modos del ser, o en otras palabras, al evolucionar se desarrollaron las particularidades como el tener garras o dientes al entrar en relaciones con otros aspectos de la existencia como la alimentación o el clima que importan en tanto desarrollo del ser. Eso opera en la existencia completa. Nuestro pensamiento teleológico es una nimiedad en comparación al ser. Desde esta perspectiva ontológica relacional la cadena lógica no se valúa en virtud de sus “axiomas” (el ser es), sino acorde con la complejidad de sus desarrollos.

     Ahora bien, es claro que los humanos estamos haciendo algo mal. A mi juicio son los sistemas productivos modernos (entiéndase capitalismo y socialismo en sus variedades) los que a pesar de su superioridad técnica han ocasionado la debacle ambiental en la que nos encontramos. En otro texto escribía que nos hallamos en el paroxismo de "la enajenación que la modernidad hizo de la calidad por la cantidad. La "filosofía de las toneladas" que está en el Estajanovismo y en el Taylorismo; flores de Europa que reposan sobre la tumba de Lenin". El afán por mover la economía, de potenciar la demanda agregada, de producir más que el otro bloque o país, de incrementar la población y el trabajo y el producto y el consumo y el poder… nos tiene al borde de una extinción masiva, que como su nombre indica, implica una ingente reducción de los modos del ser. Obviamente estos sistemas están atados a concepciones antropológicas, existenciales, ontologías particularistas y analíticas como las del liberalismo, cuya modificación es una condición necesaria para cambiar el eslabón más inmediato de la cadena que constituyen las relaciones sociales de producción.

     Empero, como dije, se trata de los sistemas productivos modernos no del ser humano en cuanto tal. Solo en los últimos tres siglos es que dicha empresa ha jugado con los principales gases que regulan el clima en el planeta y a llevado a la sobreexplotación de los recursos por encima de la capacidad de los ecosistemas para regenerarse, mas, esto se olvida para borrar con una afirmación el hecho de que el ser humano ha deambulado por el planeta desde hace un par de millones de años sin destruirlo ¿Siglos en lugar de millones de años para “justificar” el exterminio de nuestra especie? Es un terrible error el caer en la respuesta fácil de señalar con el dedo sin abordar la complejidad del cambio productivo, demográfico y de los niveles de consumo y de la existencia de las clases; es más sencillo pedir la eliminación del culpable que pensar la complejidad de las condiciones en que se desarrolla el problema. Es por ello que debemos repensar y cambiar la forma en que nos reproducimos en todos los niveles, a escala animal, como sociedad, en tanto parte de la existencia; abandonar el afán hedonista y los modos de mercantilización de la vida (incluyendo los “ecocapitalismos”), y pensar la necesidad real, como indican Raquel Gutiérrez y Huáscar Salazar Lohman en Reproducción comunitaria de la vida: pensando la trans-formación social en el presente:

“Los seres humanos necesitamos satisfacer necesidades materiales e inmateriales y para eso producimos riqueza social –valores de uso– al mismo tiempo que vamos entablando un conjunto de relaciones para gestionar la vida colectiva: gestionamos para producir (entre otras cosas más) y producimos para gestionar (entre otras cosas más); y así nos reproducimos en tanto especie, en tanto colectivos y en tanto particulares. La producción hace parte de la reproducción humana, no viceversa. La gestión de la vida social o la política hacen parte de la reproducción humana, no viceversa. Y la producción y la gestión son sociales y por tanto, tomando el proceso de reproducción de la existencia  como punto de partida del análisis, son uno solo; la reproducción social, realmente, es un proceso indivisible, aunque esté maldita y violentamente separada por el pensamiento moderno, por el pensamiento que brota cuando es la producción del capital lo que se coloca en el centro del análisis”.

25 de junio de 2022

¿Un ambiente sin humanos?

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