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El moderno medallón

  • Foto del escritor: Fabián Fonseca Trujillo
    Fabián Fonseca Trujillo
  • 21 jun
  • 3 Min. de lectura

Redacto estas líneas desde el asiento de un auditorio mientras espero el inicio del acto protocolario, ese que se repite sin fatiga en cualquier evento político. Quizás eso fue algo que se olvidó mencionarle su padre a Janjão (en el pequeño texto “Teoría del medallón”, del gran escritor brasileño Joaquim Machado de Assis): el aburrimiento que lo acomete a uno en este tipo de eventos, pero la sonrisa que debe mantenerse siempre dibujada, porque si bien la profesión del medallón puede aplicarse en múltiples ámbitos de la vida, es especialmente útil en la política.

El mencionado escrito trata de un pequeño diálogo que mantienen dos personajes (padre e hijo) cuando el joven alcanza los 21 años. En la conversación, el padre diserta sobre el futuro de su hijo, haciéndole recomendaciones sobre su desarrollo profesional, en especial manifiesta que debería seguir el “oficio de medallón”. Es difícil definir este concepto en pocas líneas, pero es útil hacer saber al lector que trata de personajes del ámbito público comunes en nuestras democracias.


Es curiosa la actualidad del texto porque ofrece un claro panorama de la democracia liberal a partir de la profesión del medallón. Empecemos por el pensamiento: el padre le recomienda a Janjão no tener ideas propias, evitar las actividades que lo obliguen a pensar y repetir discursos retóricamente potentes, pero semánticamente vacíos; ciertamente las ideas poco importan en la democracia, las ideas son complejas, incómodas, obligan a cuestionarse la realidad, a derrumbar los muros de lo establecido. En un mundo en que lo que pesan son los avales y los votos es estúpido pensar más allá de estrategias para conseguirlos, es más fácil reciclar los discursos incrustados en lo profundo de la cultura hegemónica (aunque todos lo hacemos, en últimas, ningún pensamiento es original del todo). Así es fácil amasar votos. El medallón es lo que en la actual política colombiana llamaríamos un camaleón, el prototipo de político que abunda desde los Consejos de Juventudes hasta el Congreso, es aquel que no tiene ideas, que cambia de color ideológico como si no fuera más que otra prenda cotidiana (un digno miembro de Cambio Radical); imagino que nuestro “queridísimo” ministro Armando Benedetti habrá tenido con su padre la misma conversación que tuvo Janjão con el suyo.

Salón Elíptico, Congreso de la República de Colombia. Foto de autoría propia.
Salón Elíptico, Congreso de la República de Colombia. Foto de autoría propia.

Nuestra política no se trata de construir un mejor mundo, sino de acumular capital social. 


El tema del capital social no es menor, pues garantiza acumulación de poder y en una democracia liberal se consigue, entre otras cosas, con votos en las urnas, los cuales no importa mucho cómo se consiguen. Por eso mismo, el medallón tiene que publicitarse constantemente, como dijo el personaje del padre “Si te caes de un coche, sin otro daño que el susto, es útil hacerlo saber a los cuatro vientos, no por el hecho en sí, que es lo insignificante, sino por el efecto de recordar un nombre querido por el afecto general”. Machado de Assis no conoció Instagram, pero seguro se reiría de ver cómo los políticos de hoy dedican un mayor esfuerzo mental a sus publicaciones en las que aparecen abrazando perritos en los albergues, besando bebés, visitando geriátricos, lo que sea que se les ocurra para llamar la atención de las masas, que a pensar en las causas y soluciones de los problemas materiales que afectan a la sociedad. 


La democracia liberal ha transformado el ejercicio político en una tragicomedia en la que los personajes compiten en un juego de continuas traiciones, no solo a otras personas, sino a las ideologías fundamentales de las luchas históricas. El medallón, principal exponente de las democracias liberales, termina siendo solo un actor más al servicio del viejo mundo, del mantenimiento del sistema hegemónico. Y eso es algo natural, pues generalmente estos sujetos provienen de las élites políticas. 


Mientras escribo esto, soy consciente de que me rodean medallones; manos que estrechan a otras, pasos ensayados, sonrisas amables que ocultan los puñales, discursos vacíos que replican el sentido común, mentes escasas que no se preocupan por pensar el mundo sino que se acomodan a él, que reproducen viejas ideas, potentes en su añejamiento como si fueran un licor. Son, como diría Silvio, “servidor de pasado en copa nueva”, nada ha cambiado sustancialmente. 


Solo me resta instar a los lectores a leer el pequeño texto de Machado, seguramente no será la última palabra en contra de este sistema político, pero da luces sobre el pensamiento político en la democracia liberal.

 
 
 

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