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En deuda

  • Foto del escritor: Javier Urrego
    Javier Urrego
  • 21 jul
  • 5 Min. de lectura

De acuerdo con el Concejo de Bogotá alrededor de 130 mil estudiantes actualmente están pagando cuotas de hasta 2 millones de pesos o más altas por sus créditos educativos con el Icetex. Esto significa que algunos jóvenes están condenados a vivir el resto de su existencia pagando los intereses de sus créditos estudiantiles. Trabajarán, si es que consiguen empleo, para pagar esta deuda; vivirán por siempre en deuda. 

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Imagen: El instituto de Colombiano de Crédito Educativo y Estudios Técnicos en el Exterior creado en el gobierno de Mariano Ospina Pérez (Fuente: Diario La República).


A lo largo de la historia una de las formas más comunes de esclavitud o de servidumbre ha sido la esclavitud por deudas. La prostitución, la guerra o los trabajos forzosos siempre se han justificado con base en deudas. En la América colonial se condenaba a los habitantes de estas tierras a vivir toda una vida como esclavos por una deuda que les obligaron a adquirir. La trata de blancas maneja una lógica similar: se engaña a las mujeres con trabajos en otros países y cuando llegan allí resulta que el trabajo no existe y ahora tienen que devolver lo que se les ha dado (como viáticos y hospedaje a un interés exorbitante), condenándolas a ofrecer servicios sexuales para pagar deudas que nunca aceptaron. Pero no solo las “economías ilegales”, como se les denomina eufemísticamente, hacen uso de estas prácticas inmorales. Algunos bancos o entidades bancarias como el Fondo Monetario Internacional han adjudicado deudas a mandatarios de turno, que en el fondo son impagables y que han sido la forma en que toman control “legal” y silencioso de los destinos de una nación. Lo peor de todo esto es que hemos llegado a un punto de naturalizar una vida inmersa en la deuda, parece que no nos imaginamos un escenario diferente: en todos los casos, sin pensar mucho en lo que esto significa, hay que endeudarnos para vivir.


Pero lo que parece natural e ineluctable, solo es histórico y temporal. Empezó en algún punto y en algún punto tendrá que terminar. La deuda siempre ha existido. En visiones precapitalistas era una forma más de relacionamiento. Muchas comunidades tradicionales comerciaban con base en la deuda, en forma de favores o de gestos que determinaban las relaciones comunes. Incluso en el cristianismo más temprano toda nuestra vida era una deuda impagable ante Dios. Sin embargo, la deuda como operación económica, y lo que es peor aún, las deudas con intereses son producto del advenimiento del capitalismo. El mejor invento del capitalismo ha sido poder producir dinero a partir del dinero mismo a partir de la deuda con intereses. Solo en una visión mercantilista de la vida, en la que todo, desde un objeto hasta una persona, tiene un valor económico y en la que el dinero no es un símbolo sino una entidad en sí misma puede surgir una sociedad regida por la deuda. 

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Imagen: El Nxuptenxi, truque o intercambio, una forma de comunicación propia (Fuente: CRIC)


Si en los tiempos del cristianismo temprano nuestra vida era una deuda impagable en la que al menos podíamos hacer buenas obras para darle a entender a Dios nuestra completa disposición, en la actualidad las deudas no se pagan con buenas acciones o favores sino con dinero. De la misma forma que nos hemos acostumbrado a la lógica mercantilista de la deuda también nos hemos acostumbrado a un mundo regido por el dinero. Casi no hay actividad humana que no esté mercantilizada en la actualidad y que no se pueda medir en términos monetarios. Todo debe tener alguna ganancia o utilidad, debe ser rentable, monetizable, redituable, devengable, en fin, lo que no se puede traducir en términos financieros simplemente no existe. Pero al igual que la deuda el dinero es algo histórico, que ha surgido y desaparecido a lo largo del desarrollo de la humanidad, siempre de la mano de un Estado que lo valide como una entidad y no como un símbolo, y de un aparato militar que lo perpetúe. Así, la moneda se convierte en el centro de toda una civilización. No por nada al momento de acuñar una divisa o de imprimir un billete se hace, por un lado, con el valor asignado a ese pedazo de metal o de papel (que en sí mismos no tienen ningún valor) y, por el otro, con la efigie de un gobernante como el respaldo del poder conferido. Y no por nada las guerras son el principal motor de los mercados financieros, ya que el valor de una moneda siempre va de la mano con su aceptación, que en muchos casos es violenta. Pensemos, por ejemplo, en el dólar, la moneda más fuerte del mundo. Un dólar siempre tiene la figura de algún político o presidente: Thomas Jefferson, George Washington o Abraham Lincoln. Y pensemos que desde que el dólar se convirtió en la principal moneda del mundo Estados Unidos siempre ha estado inmerso en alguna guerra. El dinero y la violencia vienen de la mano, a pesar de que frases como “paz y prosperidad” nos hayan hecho creer lo contrario.

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Imagen: El dólar: la dicha de algunos es la desgracia de otros (Fuente: ShutterStock).


Actualmente en Colombia, de acuerdo con cifras de la Superintendencia de Industria y Comercio, una de cada dos personas está endeudada. Esto quiere decir que la mitad de la población en Colombia, unos 25 millones de personas, deben dinero. Eso sin contar los que pagan “gota a gota”, pagadiarios o plata de extorsiones que por su naturaleza ilegal supuestamente se escapan a la contabilidad del Estado colombiano. ¿Qué pueden esperar entonces estas personas, así como los estudiantes universitarios que le deben su vida al Icetex? En el antiguo testamento una de las prácticas que más llama la atención es la que está consignada en el Deuteronomio y que se conoce como el año del Jubileo. Y es que cada 50 años los judíos hacían un “borrón y cuenta nueva” en el cual se hacía una liberación de esclavos, tanto judíos como no judíos, que tras ser liberados podían regresar a sus familias y propiedades. También se hacía una restitución de tierras que consistía en que las tierras vendidas o enajenadas se devolvían a sus dueños originales, manteniendo la distribución de la tierra como fue designada originalmente por Dios, y se dejaba de cultivar la tierra durante este año para que así pudiera descansar y recuperarse para una próxima siembra. Lo más interesante es que en el jubileo se perdonaban todas las deudas. Muchos antropólogos se han preguntado exactamente cómo se lograba lo anterior, dado el supuesto, mencionado anteriormente, de que el dinero no dominaba estas sociedades y a diferencia de hoy, que los bancos saben cuánto dinero debes y deberás en un futuro, no había forma de saber cuánto debía cada quien. Pero era posible. Si estabas esclavizado, llegaría un día en que ya no lo estarías más. Si habías perdido tus propiedades algún día las podrías recuperar. Había esperanza de redención. No por nada los judíos siempre tuvieron la creencia en la llegada de un mesías redentor. Una esperanza que hoy nos ha quitado el capitalismo financiero al condenarnos a una vida de deudas inagotables. Y una persona sin esperanza no es dueña de sí misma, solo está a merced de su captor, sin sueños ni posibilidades. Una persona sin esperanza es dócil y mansa y se puede hacer con ella lo que quiera. Estamos justo donde ellos quieren: sin futuro, sin esperanza y esclavizados por deudas. Pero nada es para siempre: incluso lo malo pasará.


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