Uno de los problemas más relevantes que afrontan las ciudades contemporáneas es la expansión urbana, un fenómeno que se ha agravado de manera exponencial en las últimas décadas en Colombia, especialmente en la capital. La expansión urbana acaba con el campo y también incrementa la proporción de todos los problemas de la ciudad, ya que los gobiernos distritales no pueden aumentar su alcance al ritmo en que aumenta el tamaño de las ciudades. En Colombia la expansión urbana se origina gracias a una pluralidad de fenómenos complejos, entre los cuales el desplazamiento juega un papel preponderante, pero este escrito únicamente se enfoca en una causa puntual, la infraestructura “carro-céntrica”.
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Imagen tomada de: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Bogota_Traffic_Jam.JPG
Los efectos negativos de este tipo de infraestructura se pueden evidenciar en las afueras de la ciudad, que lentamente se asemeja más a un suburbio de Estados Unidos, la tierra del automóvil. Vemos enormes parqueaderos de asfalto, vallas publicitarias desproporcionadas para captar la atención de los conductores y proliferan extensas autopistas mientras el campo agoniza. Ahora dominan el paisaje mega proyectos inmobiliarios de casas unifamiliares, muchas veces acompañadas de centros comerciales, que consumen áreas inmensas de tierra de manera ineficiente, lentamente integrando lo que alguna vez fue espacio campestre a las megaciudades monstruosas.
Antes del advenimiento del automóvil los centros urbanos solían seguir un cierto equilibrio. En el centro se tenía un buen acceso a las cosas, pero a mayores precios. En la periferia un menor acceso a las cosas, pero con precios más baratos. Nos solíamos ubicar a una distancia del centro urbano proporcional a nuestra capacidad adquisitiva, pero eso cambió con la proliferación del transporte particular. Ahora podemos conseguir una residencia en terrenos más baratos en las afueras, y para llegar al trabajo o ir de compras simplemente conducimos hasta la ciudad.
De esta manera podemos vivir de manera más barata sin perder el acceso a todas las cosas que necesitamos. No obstante, tarde o temprano las tiendas hacen lo mismo: para evitar pagar alquileres elevados en el centro se trasladan a lotes de tierra enormes y baratos en lo que alguna vez fue campo, cerca a quienes se mudaron hacia afuera, y así se urbaniza por completo la periferia y se pierden sus antiguos beneficios. Con el tiempo los gobiernos distritales deben asumir la responsabilidad de gobernar ciudades cada vez más grandes cuyos contornos tienen una infraestructura de transporte totalmente dependiente de los automóviles.
Antes existía un incentivo económico para que los núcleos urbanos permanecieran compactos, ahora hay un incentivo financiero para expandirse. Dado que las distancias entre vivienda, trabajo y comercio son mucho mayores en la actualidad, caminar resulta ineficiente y transportarse en bicicleta es una opción reservada para los idealistas o los suicidas quienes deben abrirse paso por estrechos corredores con unos cuantos conos y un poco de pintura blanca sobre asfalto vendido como "infraestructura".
Por su parte, los conductores deben perder grandes cantidades de tiempo todas las mañanas entrando a las ciudades y emprender el mismo camino tortuoso para regresar a sus hogares, todo mientras se emiten grandes cantidades de partículas nocivas para el humano y el planeta. Aunque aumentar la cantidad de carriles parece ser una solución evidente, al incrementar la oferta de espacio para el tránsito vehicular particular se produce un efecto de “demanda inducida”, aumenta el uso de esas vías y los trancones persisten.
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Imagen tomada de : https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Caracas_Ave_%26_Calle_72_TransMilenio_BOG_03_2018_7247.jpg
La idea de poder conducir donde quieras y cuando quieras es algo que cada joven de 16 años desea. Los automóviles son vistos como libertad, como una llave al mundo exterior, pero desafortunadamente muchos de los problemas que aquejan nuestras ciudades se originan directamente en el uso excesivo de los automóviles. Ya sea la contaminación del aire, el tiempo perdido en tráfico, las masivas carreteras que segmentan las urbes y perpetúan la desigualdad social y la expansión urbana acelerada, la infraestructura centrada en el automóviles parece perjudicar nuestra civilización más de lo que la beneficia al alimentar un ciclo vicioso de expansión urbana.
Medidas como la ampliación de carriles evidencian cómo vivimos en un ciclo de retroalimentación en el que construimos infraestructura centrada en el automóvil y resolvemos los problemas que esta causa construyendo más infraestructura “carro-céntrica”. ¿Es realmente libertad pagar precios exorbitantes por un automóvil y luego pagar para mantenerlo y poder ir a trabajar? ¿Es libertad vivir en un entorno en el que tus oportunidades están limitadas si no sabes o no puedes manejar?
En el resto del mundo, especialmente en Europa, se han creado entidades políticas regionales específicamente orientadas a prevenir la integración de pueblos y ciudades pequeñas a grandes ciudades aledañas. Tristemente en Colombia la planeación urbana parece estar explícitamente dirigida a trazar carreteras para valorizar terrenos para el desarrollo inmobiliario y la eventual incorporación del campo con las masivas ciudades.
Para controlar la expansión urbana desaforada debemos combatir la planificación espacial miope que permite a los promotores inmobiliarios arrojar un enorme centro comercial en medio del campo y vender viviendas unifamiliares por ganancias exorbitantes. Promover la construcción de lugares de trabajo y comercio dentro de estas ciudades dormitorio para evitar largos trayectos e impedir que eventualmente estas pequeñas ciudades y pueblos sean tragados por las megaciudades debe ser el foco de una nueva política regional.
Cómo y qué construimos dicta cómo vivimos como sociedad durante décadas, entonces, ¿qué será? ¿Megaciudades en las que tienes que manejar o ciudades compactas donde puedes manejar? ¿Dependencia en el carro o libertad de elección?
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