Los centros comerciales ya hacen parte de nuestra cultura como habitantes de ciudad en Colombia, en algunos casos son un elemento central y entrañable de nuestras infancias y vidas, sobre todo en Bogotá. Nos posibilitan disfrutar de espacios ‘estéticos’, caminables y seguros en los que podemos disfrutar del ocio y consumo, sin el caos y la inseguridad del espacio público. No obstante, estos espacios privados no solo han surgido para proveer una solución al deterioro del espacio público, sino también han contribuido significativamente a su abandono y empeoramiento.
Antes de hablar sobre los efectos perniciosos de los centros comerciales, vale la pena entender hasta qué punto han penetrado en nuestra cotidianidad y su poder de moldear la ciudad. Los centros comerciales cada vez absorben más funciones que antes se llevaban a cabo en estructuras que no estaban contenidas en un entorno jurídicamente privado. Por ejemplo, resulta ya casi inconcebible imaginar una sala de cine por fuera de un centro comercial, en Bogotá solo sobreviven unas cuantas. Los centros comerciales no solo albergan todo tipo de tiendas de artículos de marca, también incorporan ya supermercados de grandes superficies, restaurantes, oficinas, bancos, casinos, arcades, peluquerías, salas de bolos e incluso gimnasios. La realización de oficios religiosos como novenas y misas en centros comerciales resalta como uno de los ejemplos más inquietantes de la enorme capacidad de estas estructuras de absorber funciones que antes eran reservadas para otros edificios y entornos que antes tenían un gran peso cultural y social.
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Imagen tomada de: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Bogota_centro_comercial_El_Retiro_interior.JPG?uselang=es
De esta manera, los centros comerciales sustituyen las funciones del espacio público en el que antes se encontraban todos estos locales y las recrean en un entorno privado de uso público estéril y artificial, sin conflicto en su interior. Este fenómeno urbano masivo ahora juega un rol central en la transformación y desarrollo de las ciudades y se ha convertido en el espacio de consumo y ocio por excelencia debido a la impresionante concentración de bienes y servicios variados que su tipología arquitectónica permite.
Los centros comerciales se han convertido en genuinos referentes para el desarrollo inmobiliario a su alrededor y muchos proyectos de vivienda ya giran en torno a la ubicación de estos enormes complejos comerciales. En el caso de Bogotá y sus alrededores, Fontanar, Parque La Colina y Titán Plaza hacen parte de macro proyectos inmobiliarios en los que los centros comerciales concentran las funciones comerciales y de servicios.
La gran difusión de estas estructuras se debe en gran medida a una percepción generalizada de inseguridad, por lo cual los centros comerciales fungen como sustitutos de los entornos públicos tradicionales de la ciudad. Es innegable que décadas de crecimiento urbano descontrolado, falta de planeación urbana y tasas de pobreza altas deterioraron la seguridad de las ciudades de manera previa a la proliferación de los centros comerciales, pero reproducir el entorno público en centros comerciales agravó el problema.
¿Acaso las calles están solas debido a que son inseguras o, por el contrario, son inseguras debido a que están solas? Los estudios urbanísticos ya han comprobado que se trata de un círculo vicioso, en el cual la falta de circulación peatonal alimenta la percepción de inseguridad y a su vez produce más falta de circulación e inseguridad. Los centros comerciales han absorbido la circulación que antes generaban los locales en el espacio público, por lo cual las calles son más solas y generan mayor prevención. De esta manera, se ha consolidado un abandono de las calles como escenario de la vida pública, produciendo aún mayor demanda de estos entornos jurídicamente privados.
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Imagen tomada de: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Bogot%C3%A1_interior_del_centro_comercial_Centro_93.JPG?uselang=es
Otro efecto pernicioso de los centros comerciales es que promueven el uso del carro con sus grandes parqueaderos, los cuales muchas veces requieren grandes perímetros de reja que a su vez producen espacio público muerto, desolado e inseguro. En estos entornos también se reproducen ideales de consumo enfocados en marcas extranjeras, favoreciendo el “fast fashion” y desincentivando el consumo nacional. La interacción social y económica, que antes tenía lugar en las plazas, las tiendas y los locales de barrio y de pequeños propietarios, queda eliminada en el centro comercial, en el que prevalecen las marcas más establecidas sobre los emprendimientos o negocios familiares.
Adicionalmente, los centros comerciales también son susceptibles de caer en la ruina económica, en estos casos es común verlos repletos de locales vacíos, casinos o casas de cambio. Cuando entran en desuso, los centros comerciales se convierten en un gran problema, ya que sus inmensas estructuras decadentes y descuidadas se transforman en cicatrices en el espacio urbano e incluso afectan el valor y la calidad de vida de las zonas aledañas.
La producción de estos espacios privados de uso público sobre la lógica de construcción y mantenimiento de espacios públicos también tiene efectos sociales negativos. Los centros comerciales sostienen la ilusión de un mundo ideal y socioeconómicamente homogéneo, en el que los ciudadanos encuentran seguridad al convivir mediante el consumo entre iguales. De esta manera, se desincentiva la inclusión social, ya que se elimina la variedad de la calle en favor de la repetición de lo idéntico y familiar, mientras que se percibe la pluralidad social como caos.
Resulta importante recalcar que ya existen ciudades en las que hay muy pocos centros comerciales y los pocos que hay son de tamaño reducido, como Roma y París en las que la gran mayoría de locales comerciales y de servicios se integran de manera fluida con el espacio público y con edificios residenciales. Como resultado, estas ciudades no solo disfrutan de entornos públicos genuinamente prósperos, estéticos y seguros, también se forma una cultura de cuidado y orgullo en torno a estos espacios comunes que promueven las economías locales y la interacción social.
Desafortunadamente los pocos espacios públicos en Bogotá que se encuentran apropiadamente diseñados para albergar entornos comerciales transitables para el peatón se encuentran gentrificados y son inaccesibles para la población general, como la “Zona T”, La Candelaria y el Parque de Usaquén. Por esta razón, resulta esencial redirigir los esfuerzos del gobierno distrital hacia planeación urbana que promueva entornos transitables y edificios de uso mixto que incorporen funciones comerciales y residenciales. Aunque los centros comerciales proporcionan la opción de ignorar el abandono y degradación del espacio público en nuestras ciudades, ciertamente resulta preferible luchar por entornos comunes genuinamente democráticos.
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