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El sol también sale

Javier Urrego

La corte constitucional ha ordenado que los toros vuelvan a La Santamaría en Bogotá. Esto en contravía a lo que se venía haciendo desde el concejo, que consistía no en acabar los toros, como lo hizo en su momento Gustavo Petro, sino en desincentivar su práctica subiendo las tarifas y dejando de financiar lo relacionado a la fiesta brava.

La decisión de la corte abre nuevamente el debate, que no se ha zanjado, sobre la práctica de la tauromaquia. De un tiempo para acá los colectivos animalistas y medioambientalistas vienen realizando campañas en contra de esta práctica bajo el argumento de la violencia en contra de los animales. Dichos colectivos objetan que no se puede considerar como cultura algo que incentive y que propague el maltrato animal. Los que la defienden, por su parte, aducen que la tauromaquia es una práctica artística muy arraigada a la hispanidad y que por lo tanto se debe preservar como patrimonio cultural.


Esto último me recuerda al circo romano donde las personas solían divertirse viendo cómo los gladiadores se batían a muerte, cosa que el cristianismo posterior abolió al señalar a la lucha de gladiadores como una práctica barbárica. Se sorprenderían los animalistas al ver que casi muchas de las prácticas culturales involucran la violencia.


En fin, el argumento de los animalistas parece ir en la misma vía que el argumento moral de la cristiandad para abolir el circo romano. Pero los animalistas buscan equiparar la dignidad del ser humano a la de los animales. Desde hace algunos años se han venido tramitando iniciativas que buscan hacer a los animales sujetos de derechos como los son, en teoría, todos los seres humanos sin excepción. Algo que en la práctica es contradictorio porque en este momento la violencia contra los toros de lidia, que son el tipo de ganado que se usa en la tauromaquia, solo es la punta del iceberg de todo el resto de la especie bovina que es usada para alimentar al resto del mundo. Y solo por nombrar a los bovinos, porque la industria de la carne de origen animal se sustenta con el sacrificio de miles de millones de aves de corral, de peces, sin nombrar los mercados no occidentales en los que se comen, literalmente, todo lo que se mueva. En un mundo así, ¿dónde quedan los derechos de los animales?


Volviendo a los toros, detrás del rechazo a la tauromaquia hay algo más profundo que el mero rechazo a la violencia contra los animales y es el rechazo a la hispanidad misma (y por ahí derecho el rechazo a la civilización occidental). Actualmente se ha venido vendiendo la idea de que todo lo que vino de España, incluyendo los toros, es malo y que seguir con su práctica sería también seguir un legado, cualquiera que este sea, de sangre y muerte dejado por los españoles en el continente americano.

Es ingenuo creer que aboliendo los toros o tumbando las estatuas de los conquistadores se van a borrar los 500 años de hispanidad que corre por nuestra sangre. Empezando porque estas palabras las escribo no en quechua o en chibcha sino en la lengua de los conquistadores que vinieron de castilla: el castellano. Y los que defienden a los toros los defienden no con el derecho real muisca sino con las leyes y los derechos venidos de los españoles (y europeos).


Y a los que defienden la hispanidad que recuerden que todo se transforma y muta y que del imperio de Carlos V donde no se ponía el sol ya no quedan ni las columnas de Hércules, que de la gloria de España no queda ni la bandera. Y que así como un día España puso a la civilización occidental en la cima del mundo en lo subsiguiente solo asistiremos para ver cómo occidente se derrumba estrepitosamente.

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