Cuando Hannah Arendt escribió Eichmann en Jerusalén se dio cuenta de una serie de cosas que cambiaron su concepción sobre el mal. Antes del proceso de Eichmann, se había referido al mal a propósito de los asesinatos industriales en masa en que se había centrado buena parte del esfuerzo (eficiente y eficaz, de lo que en varias ocasiones hacían gala sus perpetradores) de los totalitarismos, definiéndolo como el “mal radical”.
![](https://static.wixstatic.com/media/9ed314_2cc79b4276d7401e8291c53548a31b9b~mv2.jpg/v1/fill/w_790,h_543,al_c,q_85,enc_auto/9ed314_2cc79b4276d7401e8291c53548a31b9b~mv2.jpg)
Imagen: Adolf Eichmann, a la izquierda en la cabina de vidrio, frente al tribunal de justicia de Israel. Tomada de: https://www.yadvashem.org/es/education/educational-materials/lesson-plans/eichmann.html
Como teórica política su centro de pensamiento gravitó constantemente alrededor de este “mal” engendrado por los totalitarismos, generalmente asociado a un denso y muy retorcido plan perverso, con el que se pretende causar el mayor y más doloroso daño posible. Sin embargo, no tardó muchos años en darse cuenta de que ese no era el caso; de que, a pesar de lo que se creyera, no era una terrible inclinación al mal lo que había logrado los inmensos efectos en la comisión de tales atrocidades, planeadas y puestas en marcha por el Estado Nazi (Hitler y sus fieles secuaces); perpetradores estos que eran, al menos entre los altos y medianos cargos, muy cultivados en diversas artes y conocimientos ilustrados y especializados. Es decir, eran personas normales, no unos sociópatas haciendo cualquier cosa a sus anchas fuera de sus centros de reclusión.
Arendt se da cuenta de que su planteamiento inicial, aunque bien justificado, está más de acuerdo con los pasos construidos por una imaginación terrible acerca de lo sucedido que con la realidad. Lo cual no quiere decir que, al igual que algunas películas sobre la Alemania nazi, no hubiera individuos dispuestos a cometer atrocidades por placer, por el gusto retorcido basado en el sufrimiento humano. Pero esos eran casos excepcionales. Se dio cuenta de esto al presenciar, como reportera enviada por el New Yorker, el proceso que Adolf Eichmann —miembro de las SS, encargado de la organización de buena parte de las deportaciones y los envíos múltiples y consecutivos de personas a campos de exterminio— seguía ante el tribunal de Israel por tres grandes crímenes: contra el pueblo judío, contra la humanidad y crímenes de guerra.
![](https://static.wixstatic.com/media/9ed314_b95d1f0f34e34cb3ad32a49b0afe6794~mv2.webp/v1/fill/w_720,h_565,al_c,q_85,enc_auto/9ed314_b95d1f0f34e34cb3ad32a49b0afe6794~mv2.webp)
Imagen: Arendt, en 1961, presente como reportera del The New Yorker en el juicio a Eichmann. Tomada de: https://www.clarin.com/cultura/exposicion-hannah-arendt-filosofa-conto-juicio-nazi-adolf-eichmann_0_tgPt2iUiB.html
En sí el libro es el informe de un juicio; sigue paso a paso el proceso de Eichmann ante el tribunal de justicia de Israel. No es un libro que estudie la naturaleza del mal, pero por su característica de relatar e indagar en los hechos abordados durante el juicio, da cuenta de cómo operó Eichmann, el papel que jugó y los hechos sobre los cuales finalmente se aplicó la condena —que fue su muerte, por supuesto—, y sirve para pensar sobre el fenómeno descrito y sobre variados temas de interés en la administración de justicia.
Ese fenómeno es “la banalidad del mal”. Es decir, hay un viraje en la concepción del mal como “radical” (o sea, con raíces, con profundidad, casi como algo insondable) para concebirlo como “banal”, falto de sustancia. Arendt, refiriéndose a la sentencia del tribunal, y también a los alegatos de la fiscalía, decía que hubo algo que no pudieron comprenden los jueces y es que se hallaban frente a un hombre normal, “terrible y terroríficamente normal”, y no frente a un monstruo, como lo pintan en la sentencia. El hecho de que se hallaran frente a alguien normal les hacía perder de vista justo ese quid del asunto: el que los seres humanos normales, en nuestro mundo moderno, pueden cometer crímenes atroces sin sentir culpa alguna porque de cierta manera, siguiendo las últimas palabras del crucificado, “no saben lo que hacen”.
Cabe preguntarnos: ¿De qué manera, a través de cuáles estructuras y cómo se justifican (y legitiman) los modos de operación que favorecen el rápido esparcimiento de la banalidad del mal? ¿Cómo se puede convertir en superfluas a los seres humanos en la época actual? ¿Tenemos suficientes restricciones, garantías y resistencias en nuestros regímenes de gobierno y en nuestras comunidades para que los procesos y redes que estimulan la ausencia de pensamiento y reflexión no puedan durar más allá de unos límites después de los cuales no queda otra opción más que lamentarnos por sus efectos? Revisaré un par de hechos que quizá puedan servirnos para poner a funcionar las preguntas.
Hace poco se viralizó una imagen en la que un tipo raro se tomaba una selfie enfocando su brazo izquierdo, en el que llevaba un parche de la esvástica nazi. El contexto de la imagen lo daban las marchas de las derechas del país. Si bien es reprochable el gesto, y esa manifestación simbólica puede interpretarse de muchas maneras (todas negativas) empezando por la intimidación, eso no tiene que ver, como algunos lo decían, con una expresión de la naturaleza de la maldad o de la banalidad del mal. Lo que sí demuestra es la propagada amnesia histórica y la falta de reflexión sobre hechos históricos como la shoah, que más nos vale no olvidar nunca, asuntos sobre los que nos llaman la atención quienes ven con preocupación cómo el fallecimiento de las víctimas y los testigos oculares tiene una correlación extraña con la multiplicación de fotos de jóvenes sonrientes que van de tour por antiguos campos de concentración y exterminio como Auschwitz, como si de un paseo por Disney World se tratara. Ante eso, la foto del tipo raro solo es una insulsa muestra de estupidez hecha con esa intención: demostrar que se es estúpido, tan estúpido como para lograr ofender.
![](https://static.wixstatic.com/media/9ed314_5f0af018354442b598585347f4d38092~mv2.jpg/v1/fill/w_599,h_796,al_c,q_85,enc_auto/9ed314_5f0af018354442b598585347f4d38092~mv2.jpg)
Veo después en redes un video en el que Diego Molano, exministro de defensa, “aclara” por qué se refirió, en una declaración pública, a los menores asesinados por un bombardeo del ejército a un campamento guerrillero como “máquinas de guerra”, para así justificar sus muertes, añadiéndoles oprobio a sus muertes como si no fuera suficiente con haberlos matado (asunto sobre el cual tiene toda la responsabilidad y la culpa). Me doy cuenta de que es candidato a la Alcaldía de Bogotá y no entiendo cómo un tipo así, al que toda sombra de reflexión le es ajena, y sin embargo es considerado como un “buen hombre”, no ha sido condenado, si quiera, al ostracismo, al repudio público, ya que nuestras instituciones republicanas fueron incapaces de juzgarlo culpable de esos asesinatos.
![](https://static.wixstatic.com/media/9ed314_27710116e3864dee980d8c7d74f509ef~mv2.jpeg/v1/fill/w_640,h_428,al_c,q_80,enc_auto/9ed314_27710116e3864dee980d8c7d74f509ef~mv2.jpeg)
Imagen: Molano, como ministro de defensa, en una declaración pública justificando el bombardeo que asesinó a varios menores de edad. Tomado de: https://www.eltiempo.com/justicia/conflicto-y-narcotrafico/gobierno-dice-que-se-siguieron-protocolos-en-bombardeo-en-guaviare-en-el-que-murieron-ninos-572317
En su declaración, hecha para lavarse las manos y mostrarla ante futuras críticas, recuerda que cuando fue director del ICBF habló con algunos niños que habían sido reclutados por grupos guerrilleros, que ahora estaban bajo custodia de la institución, y le dijeron que en la guerrilla a ellos los convertían en máquinas de guerra, y esa fue su razón para justificar el ataque que después, como ministro, autorizaría al campamento guerrillero. Molano consideró irremediable la situación de esos niños y jóvenes (juzgó que eran, por naturaleza, unas “máquinas de guerra”, ya no seres humanos, sí que menos niños víctimas del entramado en el que les tocó vivir), por lo que no eran un obstáculo para el acto de Estado (el bombardeo) donde, según él, ya no siendo víctimas (del Estado, en primer lugar, por cuanto les negó el goce efectivo de sus derechos, y de la guerrilla, en segundo lugar, porque coaccionó su participación dentro de la misma al reclutarlos), sino colaboradores, quedaban por fuera del amparo del Derecho Internacional Humanitario.
Me imagino que el día que autorizó el bombardeo o dio cumplimiento a la orden (démosle el beneficio de creer que no fue el autor intelectual) saludó, muy cordial, a las personas con las que se cruzó en su oficina, en la institución castrense o en la presidencia, le ayudó a levantar las hojas caídas a alguno los encargados de llevar de un lado a otro el papeleo burocrático del día a día, charló un rato con alguna señora del servicio a la que le vió cara preocupada, dándole consejos para que evitara la amargura de la vida, inclusive, al llegar a su casa, regañó a sus hijos por las triquiñuelas hechas en la escuela, propias de los niños a esa edad, porque él, como ejemplo de la recta moral en su casa, debía exhortarles para así formarlos según los valores que había heredado de sus padres, de la institución castrense y de su partido; seguido, habló cariñosamente con su mujer y llamó a algún par de amigos con los que hace tiempo no hablaba para saber de sus vidas. Me imagino que todo eso pasó, detalles más, detalles menos. Pero nadie entre estas personas se imaginó que al hablar con este buen hombre estaban hablando con el operador de unos asesinatos, en suma, con un asesino, con uno que demuestra no tener ni asomo de culpa.
¿Cómo es posible que en este momento Molano sea una opción de mandatario local? A algunos puede parecernos inconcebible, pero la verdad es que cada vez más las instituciones de este país requieren de personas así para funcionar. En futuras columnas abordaré la manera en la que operan las burocracias y cómo facilitan la propagación de la “banalidad del mal”, además de los sujetos que requieren: los funcionarios y los empleados.
Comments