Pre-candidatos
- Harold S.
- 27 ago
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Desde hace, no sé, al menos uno o dos meses, y sobre todo el último par de semanas, me levanto todos los días bien temprano, antes de que las luces del sol tumben la posibilidad de que ese día no amanezca, y veo las noticias de un periódico cualquiera por el celular para encontrarme con el sonsonete: precandidato pepito se suma a la lista de los otros quince pepitos que ya anunciaron su precandidatura a la presidencia. Y la cosa sigue día tras día del calendario, que ahora es el calendario electoral.
No entiendo, de verdad, esa obsesión con ser precandidato a la presidencia. O bueno, entiendo una cosa: que para los que se postulan es más fácil fracasar siendo pre-candidatos que siendo los candidatos oficiales. Es una especie de oportunidad para perder, dentro del juego mañoso del sistema electoral, antes de que las cosas se pongan serias; un periodo de prueba gratis, más o menos. Hasta ese punto puedo entender las noticias. Lo que no entiendo es a los políticos que las ponen a rodar porque las cosas hace rato se pusieron serias.
Estamos en la pulpa del calendario electoral que es la época favorita de los políticos porque ahí se decide de qué van a vivir los próximos cuatro años. Y pocas veces es interesante ver esas reuniones en las que los políticos se paran al frente y le hablan y le hablan a la gente sobre por qué deben votar por ellos, y luego se sientan a escuchar la lambonería de los que van porque también están decidiendo de qué van a vivir los próximos cuatro años. Y después sucede, y uno lo ve, que se forman rencillas malcamufladas entre este y este candidato que son de la misma orilla (parece), y entre los que le son leales a este o a este, y entre esta cosa y aquella se va perdiendo lo serio del asunto: cómo se va a gobernar el país los próximos cuatro años.
Dentro de ese cómo está todo lo que importa: la educación, la salud, el trabajo, la vivienda, la forma urbana, la redistribución y la producción de tierras, el ambiente, la seguridad, la economía, las relaciones internacionales y la participación política. Y no es un asunto menor pensar en el proyecto de gobierno y en la estrategia para llevarlo a cabo, que implica, en buena parte, centrarse en lo que tantos dolores de cabeza le ha traído a este Gobierno: el Congreso. No se puede gobernar sin estrategia, como pasó con la casi fallida reforma laboral, que pasó por una consulta fallida en el Senado, en la que el único con la cabeza puesta sobre el lugar que ocupa, Iván Cepeda, dijo que por la vieja-triquiñuela del cambio del orden del día no iban a facilitar el quórum decisorio, mientras sus copartidarios decían “hay que conciliar, hay que conciliar”. En ese “hay que conciliar, hay que conciliar” que se ha jugado la izquierda en el Congreso casi le meten hace un año la reforma más neoliberal al sistema educativo del país. Y así sucesivamente.
Si la estrategia es “hay que conciliar” entonces no hay estrategia. Se concilia cuando se ha ganado lo importante, no cuando se lo pierde. Y en este país de precandidatos no puede ser que tantos en la izquierda quieran a trancas y a mochas ser cabeza —que este no es un asunto solo de la candidatura a la presidencia ni pasajero, como ya se sabe—, sino que algunos tiene que agachar la cabeza y ser cuerpo, “cargar la maleta” como decía con sensatez Carolina Corcho, porque de eso se trata gobernar.
En ese ir y venir de gira por Colombia no se construye vida política porque la política requiere tiempo. Porque los asuntos del país no se resuelven en una reunión de dos horas por aquí y dos horas por allá —si a mucho es un inicio. Porque hacer política, si es política y no calendario electoral, es difícil. Porque hacer política implica obedecer un mandato popular más que querer encargarse de tomar las decisiones, y luego sí decidir según lo decidido, según los principios de gobierno acordados.
Como yo lo veo la izquierda tiene el sartén por el mango porque es el único lugar desde el que se está poniendo sobre la mesa un difuso proyecto de país. Lo que queda es tener bien puesta la cabeza y darle forma al proyecto, profundizarlo y mirar muy bien lo errores cometidos hasta ahora, que no son pocos, para corregirlos. Pero esa tarea no se le puede dejar a los precandidatos. La política es cosa de todos los días y no del calendario electoral.
El problema es que los políticos se mal acostumbraron a hacer política cada cuatro años, y nosotros a creer que de eso se trata la política. Pero no es así.
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