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Publicidad política no paga

Foto del escritor: Liliana Jaimes Liliana Jaimes

Camino al trabajo, recorro las calles de este que en algún momento fue pueblo pero ahora es proclamado ciudad. Observo el paisaje y más allá el cielo. Ignoro los cables que atiborrados se sostienen por los postes, algunos de ellos inclinados por la “gravedad”. Pienso en las imágenes que se quedan en las retinas de los transeúntes, en las formas, la información. Me cuestiono sobre lo que consumo, sobre esos más de 40 fotogramas por segundo que logra ver el ojo humano.


Entonces procedo a realizar una vaga taxonomía de la imagen intentando escribir lo que se repite, lo más colorido, lo más vibrante. Empiezo mi tarea viendo a una madre dejar a su hija en el colegio, su sonrisa y suspiro me llaman la atención. Prosigo. Capturo un no fumar en esta zona. Un hombre sin camisa asomado a la ventana con una taza de café. El prohibido parquear. Un vidrio translúcido, una cama. Un pórtico recién descubierto. La nube de humo del camión con una tecnomecánica arreglada (muy probablemente). El canto de los pájaros. Una telaraña. La baldosa semilevantada. El aldabón. La cebra peatonal. El semáforo. Un perro haciendo popó. El aire frío de la mañana. La superficie de las cosas lisas, porosas, sucias. Los transeúntes, los ojos de los transeúntes, las miradas. El letrero. Muchos letreros. Muchísimos letreros políticos que me hacen pensar en la norma, en los impuestos de avisos y tableros, en los impuestos de publicidad exterior. ¿Pagarán ellos por eso? ¿Cuánto alardeo? ¿Cuántas fotografías en tamaños significativos? Cuántos rostros repetidos, fijos, estáticos en los lugares que inauguran, en las paredes de aquellos espacios que fueron construidos con nuestros impuestos. ¿Es necesario someter al ciudadano de a pie a este tipo de tortura, que nos fija en la retina rostros que quizás no queremos recordar?

Pienso en la construcción de la marca de la ciudad, tal como sucede en nuestra capital bogotana, gracias al Acuerdo 744 del 03 de septiembre de 2019. Una marca que pondere el reconocimiento del territorio y sus dinámicas, más allá de los alcances de la publicidad no paga de los dirigentes de turno, que termina en oleadas de imágenes que inundan los espacios y que a su vez son detrimento del erario público.


Pensar pues en una marca territorial desde un acto administrativo para el municipio, generaría un control no sólo frente a la transformación del paisaje, cada vez más saturado, también frente a la identidad de este mal llamado municipio dormitorio, que acoge a miles de personas del territorio nacional. Una propuesta lanzada a todos los nuevos candidatos políticos que verdaderamente busquen mejoras para este lugar que nos ampara. Una propuesta que puede interpelar al ego, pero que de manera contundente buscaría resaltar los avances no del gobierno temporal, sino de una comunidad viva.


Así pues, Funza ya no sería sólo ese lugar de tránsito, un tránsito muy atiborrado, como los cables en los postes, sino que empezaría a ser un municipio – imagen. Contundente, claro. Un espacio recordado geográfica y socialmente. Una marca sin tinte partidista, político sí, pero más social, porque construiría puentes entre los espacios que son de todos y el individuo.


Esta idea ciudadana nace por los pasos deshojados, nace como una perla que arrojo al cielo con el deseo póstumo de que alguien la agarre en el aire apropiándose de ella. Un alguien que la abrace y la lleve hasta el Concejo. A veces, como en la biblia, lanzamos las perlas, pero estas rebotan en el pavimento. Ojalá usted, que me lee, la aceptará en su mano izquierda, para así llevarla al pecho, y latiéramos juntos con este bonito deseo de transformar nuestro paisaje urbano.

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